domingo, 27 de julio de 2025

SIN TIEMPO DE GRACIELA SPADARO

 

SIN TIEMPO


Esa noche lo lograría. No se trataba de un inesperado ataque de optimismo sino de una

profunda certeza, una convicción arraigada en cada pliegue de sus ansias.

Frente al capuchino fuerte y caliente, los ojos de Marcos jugaban en la neblina, la de su

mirada y la de sus pensamientos.

Tres meses atrás sus días transcurrían monótonos. Acostumbraba despertarse una hora

antes de salir para el trabajo, consideraba ese lapso suficiente para desayunar, escuchar

las noticias y ordenar sus prioridades del día. Sin embargo, Marcos partía de su

departamento, siempre inevitablemente apurado en busca del subte. A pesar de su

contextura grande y sus sesenta años, era un hombre ágil. Durante las horas de trabajo

se sentía poseído, le gustaba el vértigo que le provocaba la necesidad permanente de

analizar las posibles variables, de evaluar objetivamente y tomar decisiones. Todos los

días quedaban asuntos pendientes, no importaba que se quedara en la oficina diez, doce,

catorce o hasta dieciséis horas, el trabajo nunca estaba al día. Arrastrando esa pesada

mochila regresaba a su casa, por el camino compraba lo necesario para preparar la cena;

generalmente ésta consistía en algo rápido, no podía darse el lujo de perder tiempo en la

cocina. Después de cenar se bañaba y a pesar de poner la televisión, jamás veía un

programa porque exhausto rápidamente se quedaba dormido.

Al día siguiente repetía su rutina, y así fluía su vida.

Una noche, tres meses atrás, sucedió. Por un camino sembrado de hojarasca penetró a

un bosque frondoso, húmedo y fresco. La luz se filtraba entre los árboles expandiéndose

dentro de conos corpusculares. El aroma a pinos y eucaliptos tenía cuerpo. De pronto un

resplandor acompañado de un olor dulce y fresco, lo hizo mirar hacia el final del sendero.

Allí apareció, envuelta en un largo vestido de gasa color marfil, con sus extensos cabellos

castaños. Su figura tan femenina como etérea era el atril perfecto para el rostro aniñado a

pesar de su edad. Lentamente, con miedo de alejar a la bella mujer, Marcos se acercó.

Y cuando estuvo tan próximo como para verla a los ojos, sonó el despertador.

Desde esa noche el sueño se repitió diariamente, minucioso en cada detalle.

Noche tras noche, durante los últimos tres meses, estuvo en el bosque con esa mujer a la

que casi llegaba a tocar y siempre el sonido estridente del despertador lo volvía a la

realidad.

Ya no importaban sus días, su prisa, sus asuntos pendientes, vivía para sus noches para

fundirse en su sueño una vez más, con la necesidad de prolongarlo para alcanzarla.


Empezó a trabajar menos horas, a llegar a la casa más temprano, se acostaba y en

impaciente vigilia aguardaba el sueño. Inevitablemente al acercarse a la mujer, el reloj se

dejaba oír.

El último domingo había permanecido todo el día en la cama, cerró los ojos, muy fuerte,

trató de caer en la espiral profunda pero las hadas de la ensoñación no escucharon sus

mudas plegarias. A pesar de sus esfuerzos, la mujer se presentó para volver a esfumarse

en el preciso instante en que lo hacía cada vez. Estrelló el reloj contra la pared.

Durante las últimas mañanas, Marcos se sentaba frente a su capuchino y evocaba la

imagen de la mujer, sus pensamientos se precipitaban hacia el ojo de un huracán.

Aturdido consultaba el horario y ya sin sorpresa veía que había estado alrededor de tres

horas frente a su taza. Se obligaba a tomar el subte, a ir a la oficina, a trabajar, pero a

veces mientras estudiaba un expediente, ella emergía de las páginas e inundaba la oficina

con su aroma dulzón. Permanecía con él hasta que alguien entraba, entonces otra vez se

evaporaba.

Acostumbrado a resolver racionalmente conflictos propios y ajenos, buscó la solución. Su

mente se fatigaba caía en un estado de febril excitación en la que el orden y el método

perdían la batalla. Sin embargo, habituado a los desafíos encontró la respuesta.

Esa noche después de bañarse tomó el frasco de pastillas y una a una las ingirió con

leche tibia, para que su sueño fuera más relajado y supo que por fin lo lograría, esa noche

se acercaría lo suficiente, tendría un tiempo infinito para soñarla.

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POEMA DE SILVIA SUSANA DURRUTY

 Porque fuimos lo que fuimos y ya no somos no sé si llorar o bien escribir una elegía continúan aún despiertos tus besos en mi boca las risa...